http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/alicante/2018/04/14/5ad0d714e5fdea06088b45ce.htmlhttp://http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/alicante/2018/04/14/5ad0d714e5fdea06088b45ce.html
ESPAÑA NO es país para empresarios, sobre todo pequeños y medianos, porque el sistema sólo favorece a los grandes. La asimetría de información entre las grandes empresas y las PYME impide de facto un régimen de libre competencia. Además, mientras que las consecuencias del fracaso de un banquero, un político o un alto ejecutivo consisten en una indemnización millonaria o un suculento puesto en un consejo de administración, el de un empresario es su ruina, su descrédito y el de toda su familia. Para los empresarios no hay puertas giratorias.No avanzaremos en la senda del crecimiento y el empleo, hasta que mejoremos el reconocimiento social del empresario y combatamos algunos de los rasgos más desmotivadores de nuestra cultura: la aversión al riesgo y la penalización excesiva del fracaso. Debemos reinterpretar el fracaso (personal y empresarial) como una lección valiosa y dictar medidas efectivas que permitan las segundas oportunidades, porque nadie se levanta sin haber caído antes. Como explica la ciencia, el cerebro del homínido rechaza la incertidumbre porque genera ansiedad, castiga el sistema inmunológico y lo expone a la enfermedad y a la muerte. Esto explica que hayamos inventado la religión, la poesía o la ciencia: para entender el mundo. En nuestras sociedades existen dos tipos de personas: los funcioneros, que se contentan con asumir funciones, y los misionarios, que en su puesto de trabajo ven una misión, una puerta abierta a las oportunidades. El homínido que más tolera la incertidumbre es seguramente el empresario (y el que menos, probablemente, el funcionario).No se trata de que todo el mundo se convierta en empresario. Cabe incluso que esto sea una trampa de los poderosos: millones de pequeños autónomos, sin derechos ni capacidad de negociación, reivindicación o defensa frente al Gobierno o las grandes empresas. Se trata de defender un concepto de emprendimiento que permita a cada individuo alcanzar el límite de sus posibilidades, que le incentive a dar lo mejor de sí mismo, aportando valor a la sociedad cualquier que sea el puesto que ocupe. Para ello, España debe migrar hacia una sociedad del emprendimiento total, recuperar el sentido de misión en nuestras vidas y en nuestro país.